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Uneix-te aquíEs una pregunta recurrente, en nuestros alumnos, la de si se puede vivir a través de la
filosofía.
De entrada, entendemos este vivir de dos formas diferentes. Por una parte, como
actitud, es decir, vivir a través de una actitud filosófica. Ello conlleva chocar con
los parámetros de nuestro contexto socio-cultural y es esta confrontación o este ir a
contracorriente lo que produce cierta inquietud. Ante la pregunta sobre su
posibilidad, siempre me gusta apelar a las ganas o a la pasión para llevarla a cabo. En
otras palabras, la posibilidad de llevarla a cabo depende del grado de pasión,
del entusiasmo (en-theos) de la propia persona. Por ello, es una pregunta para formularse
en la intimidad, en contacto con uno mismo.
En segundo lugar, la pregunta apela a la dimensión profesional: a desarrollar una
dimensión laboral que permita consolidar un proceso de realización personal y,
también, a tener la opción de crear una profesión rentable. Creo que el escepticismo
ante la posibilidad de vivir a través de la filosofía, fuera del marco académico, responde
a varias causas que hay que tener en cuenta y que permiten abrir un debate,
necesario, sobre el papel de los filósofos.
En primer lugar, sobre el propio papel de la universidad. Actualmente y de forma
general, la licenciatura de filosofía se desarrolla a través de una historia de la filosofía
que, siendo necesaria, no se desarrolla con la actitud filosófica que debería, priorizando,
de esta manera, un saber caracterizado por la acumulación de datos y no tanto por un
conocimiento capaz de elaborar pensamiento. Conocer no es suficiente.
Consecuencia de ello y no menos importante, es que, como mero conocimiento, el
procedimiento para hacer filosofía se aleja de la pasión para desarrollarse por un campo
que poco enlaza con lo emocional. El resultado acaba siendo un alumnado que, o bien
descubre esta pasión en los bares, a través de la relación con los compañeros, o bien en
la lectura directa de los textos, pero que acaba no participando en las clases, o bien no la
descubre en absoluto y contribuye, de una manera más evidente, a considerar la filosofía
como aburrida e inútil, reflejando la pasividad actual y el escepticismo resultante. Aún
en este marco, la universidad tampoco está imbricada con la vida cotidiana y
presente de su alumnado a través de la cual podría ofrecérsele un vía para hacer
filosofía, contactando con las problemáticas que sí interpelan a los jóvenes
(emancipación, ocupación, resistencia, estereotipos de belleza, futuro, etc.) y con las que
podría ayudarse de la historia de la filosofía para hacer filosofía. La filosofía está
alejada de la vida.
Por otro lado, la formación universitaria no ofrece una salida más allá de la educación
(que, a su vez, muchas veces, consiste en aprehender y superar una oposición). Lo
repetimos, acumular datos o pensamientos convierte la filosofía en un museo y refuerza
la sensación de aburrimiento e inutilidad. En este sentido, son pocas las formaciones que
ofrecen una base teórica-práctica suficientemente profunda para poder vivir de la
filosofía. El escepticismo también deviene porque intuimos que no estamos preparados
para una tarea de este tipo. Digámoslo más claramente, el estudio de la filosofía y el
ejercicio de ésta no ayudan en la tarea terapéutica como antaño, ni, tampoco, por
ejemplo, en la disertación ética. Falta formación.
En tercer lugar, hay un pulso entre ideologías. Que no se pueda vivir de la
filosofía o que ésta no sirva de nada, no nos engañemos, es una afirmación
que va cargada de política. Creo, entonces, que es necesario volver a hacer explicita
la relación entre política y filosofía y analizar las consecuencias no sólo de la aparente
separación, sino, también, de nuestra propia posición. Hay un proceso para la
esterilización de la filosofía.
Por último, también es necesario poner el foco de atención en nosotros mismos
los filósofos. Primeramente, para ver hasta qué punto hemos engullido la idea de que la
filosofía no sirve de nada, para ver hasta qué punto hemos claudicado de nuestra tarea y
vocación para provocar al pensar (que no acumular datos o pensamientos). Por otra
parte, también van por delante nuestros propios miedos y, encerrados en una torre de
marfil, es más fácil criticar que aprehender de nuevo la tarea filosófica. Nuestros miedos
se nos muestran de múltiples maneras: por no estar suficientemente preparados, por el
qué dirán, porque la relación mercantil no está bien vista, porque no es verdadera
filosofía y puede acercarse al campo de la autoayuda, etc. Estos miedos pueden
permitirnos iniciar un debate maduro y responsabilizarnos sobre qué queremos de la
filosofía y qué queremos de nosotros mismos. El papel de la filosofía es
responsabilidad nuestra.
A nuestro criterio, sí se puede vivir a través de la filosofía, como actitud vital
y como profesión. Ello, no obstante, demanda acercar la filosofía a la vida, a nuestra
vida cotidiana, convertirla en un verdadero pensar, vincularla, de nuevo, a una
relación de ayuda, convertirla en un pensar colectivo o recobrar las relaciones con
otras ciencias sociales como la sociología o la psicología, por poner algunos ejemplos.
Por ello, por último, nos parece imprescindible volver a recuperar la filosofía
como un proceso de auto-conocimiento y desarrollo personal, aprovechar
nuestras limitaciones o miedos para, desde ellos, volver a pensar.
Reconocimiento